Por Alejandro Cavero Alva
Estudiante de Derecho por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima-Perú
El historiador José Agustín de la Puente Candamo solía decir en sus clases que la patria no estaba hecha de aquellos grandes personajes y de los discursos que marcaron su trayectoria, sino que la historia de la patria estaba hecha, básicamente, del actuar cotidiano de millones de personas. Que la historia, sus consecuencias y su entender no se podían ver solo desde los grandes hechos, sino que el estudio cotidiano de la cultura popular, la historia de las familias, de las amas de casa, de la gente común, era mucho más trascendente para comprenderla.
Esta es quizá una de las más importantes lecciones que he recibido en la vida, y que cambiaron absolutamente la perspectiva de cómo yo veía las cosas, entre ellas la política.
Ello es un reflejo de que las personas siempre hemos estado enfocadas en las grandes acciones, en los grandes hechos históricos, en los grandes discursos, y hemos dejado de lado las actitudes pequeñas, los gestos, la mera cotidianidad. La política, incluso desde tiempos de Aristóteles, era vista como la actividad cumbre de la vida, donde por definición se llevaban acabo las grandes acciones de la sociedad. Y no les falta razón a quienes piensen de esta manera, sin embargo, ello no puede dejar de verse desde la perspectiva que hemos planteado líneas atrás. La política es grandes acciones, es verdad, pero es también pequeñas acciones. Y es, sobre todo, entender la cotidianidad.
El problema por el que nadie comprende a ciencia cierta la historia de nuestro país y cómo se han desenvuelto todas nuestras desgracias es porque esta se enfoca en los grandes hechos, en la imagen marco, y no en lo que está impregnado en el fondo de ella: la vida común de la gente. Lo mismo ocurre con nuestra querida política, tan distante hoy de la gente por intentar enfocarse en el marco general y no entender desde la cotidianidad la problemática de las personas.
Esto funciona tanto para gobernar, como en la comunicación política que sirve para ganar campañas electorales. Un factor fundamental es la conectividad del gobierno con la gente. Y ella solo se puede hacer si nos desenfocamos de lo grande, lo inalcanzable para la gente común, y comprendemos cómo gobernar desde lo cotidiano, desde lo que de verdad forma la historia de la república. Desde las amas de casa que van todos los días al mercado, desde los empleados que sufren el trafico que los políticos obvian con sus grandes caravanas, desde los canillitas que venden y reparten los diarios todas las mañanas, todos ellos son “la historia” del Perú que pasa frente a nuestro ojos. Todos ellos son la cotidianidad de nuestras vidas, son nuestros electores, y son, sobre todo, esa opinión pública más allá de un televisor o una radio. Esta idea puede parecer meramente retórica, pero en el fondo guarda una trascendencia fundamental en tanto predica la necesidad de cambiar el chip con el que los políticos miramos los problemas y sus soluciones.
En el arte de la comunicación política, a diferencia del arte de gobernar (que no son lo mismo), esto se hace más sencillo porque los mensajes pueden verse identificados con determinados contextos y estratos sociales. Y es verdad, además, que al momento de gobernar uno ve la situación tan de forma “macro” que se torna complicado ponerse en los zapatos de los ciudadanos. Sin embargo, este es un ejercicio que pocos políticos hacen en su actuar cotidiano. Así como un historiador no podría comprender el devenir nacional analizando solamente los hechos que registraban los diarios o las normas jurídicas de la época, un político no puede gobernar si no se pone en los zapatos de los gobernados. Es interesante, porque, por ejemplo, mis maestros historiadores siempre me enseñaban que para entender la historia era fundamental también estudiar la vida y la cotidianidad de las personas de la época para entender el momento, contexto y proceso histórico. Eso es algo que, aunque parezca gaseoso, le falta a muchos de los que nos gobiernan.
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